Un jardín con vistas
Después de 30 años dedicados al diseño, muchas veces nos han preguntado si es la escala, el tamaño, lo más importante a la hora de valorar un jardín.
Sobre este asunto, lo tengo claro … lo que importa no es el tamaño, sino la INTENCIÓN que ponemos en ello.
La intención es lo que marca el interés de un espacio, la capacidad que tenemos para sacar de él el máximo partido. Eso, aparte del buen gusto, que creo que existe, el saber conectar el jardín con la construcción y que exista un diálogo coherente.
El conocer la historia de ese arte, para dar con la intervención apropiada o para saber mezclar bien elementos distintos es, entre otros aspectos, lo que hace que un jardín hable. Y cuando digo hable, es que despierte nuestro interés cuando por primera vez lo visitamos.
A tod@s nos habrá pasado que, al llegar a un lugar, podemos notar que ha habido una intención, un alma creadora que se ha preocupado en pensarlo y en canalizar el esfuerzo y la energía para desarrollarlo. Nos puede gustar o no, pero sentimos que hay un amor, una pasión, que ha habido una preocupación por dicho espacio y que las cosas no se hicieron de cualquier modo.
Por eso, para mí, no importa tanto el espacio como la intención. La misión última de un jardín es volverte a tu “yo” de fondo, conectarte con lo que en verdad tú eres. Y eso, hay personas que lo consigue con una simple y bella agrupación de distintas macetas sobre una vieja mesa, o con un montón de troncos gastados y erosionados de la playa, agrupados en orden perfectamente imperfectos y rematados con tres piedras.
La belleza no depende del espacio, sino de que la actuación sea la adecuada, la correcta, para que te haga transcender y disfrutar en estado de contemplación. Esto se consigue con un jardín, una música, una buena pintura, …
Cuando nos pidieron colaboración para el jardín de esta vivienda, unas modernas casas adosadas, con dos jardines distribuidos en distintos niveles y una terraza en planta alta, observamos la arquitectura de líneas contemporáneas. No había mucho espacio, teníamos vistas a una bella finca de aguacates, a las montañas y al paisaje de fondo. Todos estos elementos eran importantes a tener en cuanta. Y ahí comenzamos a “rumiar” sobre en qué debería consistir nuestra intervención.
Para el pasillo acceso peatonal utilizamos nuestras macetas, que pintamos en gris claro, al igual que el muro de entrada a la vivienda y utilizamos Nerium oleander (adelfas) de floración blanca, consiguiendo una pantalla que tapaba la pared del garaje y hacía más entrañable y menos dura la bienvenida a esta casa.
Desde el salón principal se contemplan las vistas al valle con plantación de frutales y a las montañas de alrededor. Prescindimos del seto inicial que ocultaba absurdamente las vistas y usamos Nasella tenuissima “Pony tails”, con el fin de darle un aspecto más similar al del paisaje cercano, donde abundan gramíneas en estado asalvajado en los claros y bajo la arboleda, para así no ocultar y hacer crecer la sensación de amplitud de este “small garden”. Praderas de césped bermudas y setos de bambúes en los laterales, con el fin de generar mayor privacidad de las casas vecinas. Mobiliario moderno, en consonancia con la arquitectura, elegidos por la propietaria.
Para el jardín lateral, que limita por un lado con la alta pared del vecino (son 3 plantas) y por otro con la casa de nuestra clienta, teníamos que pensar en un árbol que: 1. Tuviera una cierta tolerancia a la sombra, debido a la cercanía a edificaciones. 2. Tuviera un crecimiento columnar. 3. Creciera rápido, para ocultar el horror de una pared tan alta. 4. Pudiéramos crear, en tan poco espacio, un efecto de bosque con aire zen, que confiriera a este espacio un mayor encanto, con lo cual no debían tener amplias copas.
Siempre he tenido la opinión de que la arquitectura occidental moderna, conecta y encaja bien con los jardines zen japoneses. Y es que, la esencia es la misma. La correcta y perfecta elección y distribución de pocos elementos no era cuestión de muchas mezclas. El mismo árbol repetido, Pyrus chanticleer, plantado sobre pequeños montículos que creamos con tierra para darle mayor movimiento al jardín. Estas montañas de tierra las cubrimos con Ophiopogum japonicum y Bulbine frutescens.
Además, esta especie produce una bella floración en blanco en la temprana primavera, que se disfruta desde los dormitorios de la segunda planta y cocina y que bien recuerda a la famosa floración de prunus en Japón.
Para hacer más disfrutable este mini bosque sagrado, colocamos, a modo de los jardines orientales, piedras como grandes lozas, que permiten el recorrido por este mini jardín y que fueron talladas a mano, como si de un Haiku (poema japonés) se tratara. En este caso, elegimos nuestro poema favorito de Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. A quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”. De manera que si giramos y paseamos rodeando este pequeño bosquecillo, éste se puede convertir en un rato de meditación y como un sanador mantra, si repetimos el giro.
En el acceso al sótano, donde se crearon jardineras de madera para contener el desnivel existente, plantamos Lyriope muscari, que, junto con Ophiopogum, que usamos para el minibosque, son de origen japonés, con el fin de acentuar ese aire oriental que buscábamos, además de que ambos soportan bastante bien los espacios sombríos.
En la zona superior, saliendo del garaje, hay un pequeño jardín en forma de “cul de sac”, donde plantamos Phyllostachys sulfúrea. Con el fin de darle una cierta profundidad y aislarnos del exterior, aprovechamos unas antiguas esculturas de tigres en piedra para ubicarlos en esta zona y acentuar ese aire exótico.
En la terraza de arriba se creó un porche con bancada y una discreta pileta, donde poder disfrutar de las tardes y de los bellos atardeceres. Gracias a una pequeña piscina con bellas vistas, esta zona se hizo más deseable y disfrutable. Para este espacio elegimos unas macetas vidriadas en blanco y usamos plantas crasas, que son de color suavemente glauco y resistentes al sol persistente.
Junto a la piscina, un macetón blanco también con Fulcraea selloa, en un guiño a los cuadros de David Hockney, pintor del cual es gran admiradora la propietaria de esta casa, gran amante del arte.